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jueves, 19 de diciembre de 2019

CALUMNIA, QUE ALGO QUEDA



 En un libro llamado El Philogelos, escrito en griego y considerado como la más antigua recopilación de chistes que se conserva, se cuenta que un peluquero preguntó a su cliente; ¿Cómo quiere que le corte el pelo? A lo que obtuvo como respuesta: en silencio. Algo parecido me ocurre con algunos medios de información. Distingo lo que hay en ellos de opinión, de margen para el debate y de pura narrativa, pero si me preguntaran como quiero recibir la información, contestaría con el mismo laconismo: verdadera. No me hago sin embargo muchas ilusiones. Es cierto que hoy la información llega a cualquier parte del mundo con una inmediatez casi simultánea; apenas ocurrido un suceso relevante en un pequeño pueblo, su noticia alcanza a todo el país en el mismo lapso de tiempo que antes necesitaba para alcanzar a los vecinos. Esta velocidad es digna de admiración, pero no es incompatible con el hecho de que estamos peor informados que nunca. Vivimos en la época que más rápido puede transmitir la verdad, pero desgraciadamente también vivimos en la época que menos cree en ella. En realidad, la velocidad de información en un mundo relativista es como la carrera del ratón sobre la rueda de su jaula.
 Cuando se trata de información, yo quisiera recibirla sin eufemismos, sin insinuaciones ni mensajes subliminales, sin estudiadas reticencias ni titulares equívocos. Pero acabo de enumerar precisamente los recursos más empleados por los medios de información en el arte de mentir legalmente. Porque gracias a éstas y otras astucias consiguen infiltrar la mentira sin mentir, es decir, presentar un hecho en forma de premisas ambiguas para que el lector saque la consecuencia equivocada, desarrollando la mentira que se encuentra in petto en el escrito.
 Es imposible tratar una a una las mentiras que los medios de información consiguen inocular en la gente. Ésta es una ventaja por su parte. Debido precisamente a su velocidad y profusión, es imposible desmentir y aclarar todas las informaciones falsas que pasan a circulación. Ellos tienen la velocidad (el tiempo) y la difusión (el espacio), y por tanto quienes quieran defender a la verdad de todos los ataques que recibe se encuentran en una terrible desventaja.
  Aceptada esta verdad, pero por otra parte no resignándome a ella, me he propuesto exponer un modelo que sirva de paradigma y que de alguna manera pueda ser extensible a otros casos. A los jóvenes que comienzan a interesarse por conocer la verdad y que desean evitar esas trampas de la información, les pondría como ejemplo una noticia sobre San Juan Pablo II que circuló hace algunos años y que, por la memoria de Internet, todavía sigue engañando a nuevos incautos. La noticia tiene su origen en el medio de comunicación BBC, que la titula de esta manera: «cartas secretas revelan la intensa amistad de Juan Pablo II con una mujer casada». El titular nos obliga a detenernos desde un principio antes de pasar más adelante, ya que es una obra maestra en su tipo. En primer lugar cabría puntualizar que las cartas, por definición, son privadas y secretas, por cuanto se dirigen a un particular. En los casos excepcionales en que una carta no se dirige a una sola persona, sino a cualquiera que quiera leerla, se le añade el adjetivo abierta, prueba suficiente de que sin esta aclaración se sobreentiende que no lo es. Podríamos pensar que nos encontramos con una simple tautología sin mala intención, un despiste del autor del titular, pero la serie de equívocos que le siguen no nos permite pensar en nada que tenga que ver con la suerte y la inocencia. Una vez ha llamado la atención con esta palabra que hace sospechar de un secreto comprometedor, se nos dice que las cartas revelan una "intensa amistad". Estas dos palabras son de por sí ambiguas cuando se unen, y pueden definir una amplia variedad de relaciones, pero el autor del titular se encarga de añadirle unas comillas para inclinar la imaginación del lector hacia un lugar que no puede declarar abiertamente. Las comillas son algo así como los puntales de la prensa sensacionalista; sin ellas muchos periódicos se vendrían abajo en un instante y muchos de los articulistas que firman esta clase de noticias tendrían que trabajar honradamente. Ese simple signo ortográfico exonera al periódico de cualquier acusación de falsedad, pues con ellas indican que la frase no es exacta, pero ocultando en qué sentido. Se beneficia claramente de lo que me parece un axioma del periodismo moderno, y que se podría formular así: en una frase intencionadamente ambigua, la interpretación más morbosa será siempre la más creída.
 Para culminar el titular, se nos avisa de que esas cartas secretas que revelan una "intensa amistad" están dirigidas a una mujer casada. No es suficiente con insinuar que un Papa mantenía algún tipo de relación ilegítima con una mujer, sino que debe añadirse además su estado civil para ahondar el escándalo. De esta manera tenemos en un solo titular tres palabras clave que llevan a la imaginación, como de pista en pista (secretas-intensa-casada), a leer lo que el autor del escrito no ha querido decir.
 Si me he ocupado en analizar con algún detenimiento este titular, es por la importancia que siempre, pero hoy en día todavía más, han tenido esos enunciados que encabezan las noticias e informaciones. Según una fuente, el 57,8 % de los lectores de medios digitales tan sólo lee los titulares. Es decir, que más de la mitad de los lectores que hayan leído este titular sobre San Juan Pablo II no habrá leído la información completa. De aquí se deduce la eficacia de unas palabras tan propensas a crear confusión, tan desconcertantes, y un uso tan esmerado de la anfibología. Lo que ha ocurrido es que se ha creado un error líquido, que se escurre entre las manos de la ley, pero que al llegar al lector cuaja y toma toda su cualidad maciza.
  Por suerte ni el escritor más virtuoso sería capaz de mantener esa tensión técnica a la hora de pasar a la prosa. Allí esa estudiada inexactitud del titular desaparece a fuerza de extenderse, y punto por punto se va desmintiendo lo que se nos había insinuado.
 Descubrimos en primer lugar que las cartas, que habían definido como secretas, envolviéndolas en un halo de misterio y confidencialidad, estaban en realidad archivadas en la Biblioteca Nacional de Polonia. Cuando ya habíamos imaginado que alguno de sus periodistas se había infiltrado en el Vaticano, burlando la seguridad cual protagonista de una película de Hollywood, nos defraudan con la realidad fría y burocrática de una Biblioteca Nacional. Al parecer, el hecho de que las cartas fueran privadas o secretas se reduce al hecho de que no se pegaron en los postes del país cual anuncios sobre perros perdidos. En cuanto a la intensidad de la amistad, el propio medio deja claro, para el 42,2 % que haya leído más allá del titular, que en ningún momento se pone en duda que el Papa rompiera su celibato. En ningún momento aclaran cuál es entonces la razón del entrecomillado en la ambigua definición de su amistad. Nueva decepción. En tercer lugar, descubrimos por otros medios que efectivamente la mujer estaba casada, pero que la mayoría de las veces en las que el aún por entonces Karol Wojtyla y ella se encontraban u organizaban una excursión, acudían también su marido y sus hijos. Lo que hace un momento tenía todos los ingredientes para una relación oscura y corrupta, se convierte en una estampa familiar envuelta en inocencia y espontaneidad. Tercer desengaño en muy poco tiempo. El medio, sin embargo, se encarga de adornar la información con fotografías en las que sólo aparecen el Papa y ella, dejando fuera por casualidad aquéllas otras fotografías en que aparecen los hijos y el marido. Estas fotografías son refuerzos visuales de la insinuación del titular, y están dirigidas sin duda a ese porcentaje de lectores que no leerán la información.
 Los principales medios españoles se hicieron eco de la noticia, por lo general manteniendo la fórmula de la fuente, es decir, con una insinuación inicial seguida de un mentís. El periódico El País, en una de sus referencias digitales a la noticia de la BBC, habla de las fotos de Juan Pablo II con su "amiga secreta", limitándose a dejar a continuación las fotos en cuestión, sin información adicional. No existía persona cercana a San Juan Pablo II que no conociera esta amistad, como se le conocían tantas otras, y jamás hubo intento de ocultar algo tan natural y evidente. No sabemos, entonces, a qué se refiere con eso de "amiga secreta", a no ser que el hecho de que un hombre se vaya de excursión con una mujer, su marido y sus hijos lo considere dentro de la definición. Por su parte, El Confidencial habla de unas cartas que revelan el amor platónico de Juan Pablo II, informándonos de sus encuentros y evitando hablar en ningún momento de la compañía familiar, pero detallando por el contrario todas las especulaciones más maliciosas. Otros diarios como La Vanguardia recurren a otro recurso muy solvente, preguntando directamente en su titular si Juan Pablo II estuvo enamorado de una mujer casada, guardándose bien de decir «sí», pero insinuando en todo momento, a través de un selectivo resumen de la información, de que esa debería ser la respuesta. 
 Algunos meses después el director de la Biblioteca Nacional de Polonia, Tomasz Makowski, que había leído las cartas, llamó a la noticia de la BBC "broma de San Valentín", mostraba su sorpresa ante la mala fe del medio, y apuntaba que si hubiera habido algo que comprometiera al Papa, la SB, policía secreta de Polonia durante el régimen comunista, lo hubiera descubierto y usado en su contra. Por otro lado, Carl Bernstein, uno de los periodistas que destapó el caso Watergate, y poco sospechoso por lo tanto de ocultar información comprometedora y polémica, declaró que no había en la relación nada ilícito.
 Quien tenga algún interés en leer las cartas con la esperanza de encontrar en ellas indicios del escándalo, se verá muy defraudado. En su gran mayoría tratan de temas filosóficos e intelectuales, y las muestras de afecto se reducen a fórmulas amistosas que el Papa empleaba con todos sus amigos. La mujer en cuestión, Anna-Teresa Tymienniecka, era una filósofa polaca. La relación epistolar había comenzado en 1973 con el interés de ella hacia un importante libro de filosofía, Persona y acción, que el por entonces todavía Cardenal Wojtyla había escrito y que más tarde ella misma editaría en inglés en su versión definitiva, con la colaboración del futuro Papa. Esto dio origen a la amistad, que se extendió a toda la familia. Entre otros encuentros entre familiares y amigos, siendo cardenal pasó unas vacaciones con ella y su marido en Vermont; el propio marido, el economista Hendrik S. Houthakker, le prestaba la ropa de baño para nadar en la piscina. Más tarde sería nombrado caballero papal por los consejos y asesoramiento que le proporcionó sobre economía.
 Aquí está en compendio el estilo y la práctica que se usa hoy en día. Siempre viene bien tener como referencia un prototipo y juzgar de lo demás por su parecido. Creo que no hay noticia sensacionalista, amarilla o sesgada, que no utilice alguno de estos procedimientos, por lo que no es mala opción sospechar preventivamente cuando se descubren algunos de ellos.
 La información hoy en día es muy rápida, sí, pero de poco sirve si el tiempo que nos ahorra para llegar hasta nosotros lo gastamos en desentrañar cuánto hay en ella de verdad. Ha llegado el momento en que hay que elegir entre estar bien informado de pocas cosas o estar mal informado de muchas. Se trata de leer cien titulares o leer un artículo y contrastar su información, no hay otra alternativa; la mayoría de medios lo saben, y conociendo que las personas se inclinan por lo general
más hacia la primera, ponen todo su esmero en su confección.
 De la misma manera que el desmedido poder de las farmacéuticas ha invertido en ocasiones el orden lógico de su cometido original, llegando a crear enfermedades para provocar la demanda del remedio, así los medios de información han llegado a crear noticias para publicarlas, en vez de esperar a que llegaran por sí solas. Algo parecido le debió pasar al cliente del chiste que mencioné al comienzo. Seguramente había observado ya (hablamos de antes del siglo IV) que los peluqueros se habían convertido cada vez más en oradores o monologuistas, y sin ánimo de ofender al gremio, parece que es ya milenaria cierta corriente de desconfianza hacia el hecho de asistir por sorpresa y bajo instrumentos afilados a una conferencia improvisada. Se trata de conceder a cada oficio su espacio y su valor, de respetar un orden, y estoy seguro que el cliente del chiste hubiera reaccionado con la misma indignación si el mismo Cicerón se hubiera empeñado en cortarle el pelo. Así también nos ocurre a muchos. Creemos muchas veces recibir a un periodista, pero nos encontramos con un trilero.

lunes, 25 de noviembre de 2019

MAL QUE BIEN


Una de las más grandes desventajas de la escritura profesional es el poco tiempo que deja para escribir. Estoy casi seguro que Enrique García-Máiquez estará de acuerdo con esta afirmación, ya que la sufre en sus propias carnes tal y como queda reflejado en su poema Lady Macbeth: "y borro mis palabras y borro más palabras/ y siempre hay más palabras en mis manos". Como poeta, él quisiera dedicarse en cuerpo y alma a la poesía, pasar un día entero buscando la palabra adecuada para el final de un verso, olvidarse de la escritura para encontrar el título de un poema, perseguir hasta donde haga falta esa metáfora que apenas comienza a insinuarse en el fondo de su corazón. Pero un vendaval de ocupaciones se encarga de desbaratar sus planes. Debe traducir tal libro, escribir el prólogo de tal otro, presentar su artículo diario (como mínimo), acudir al compromiso con un nuevo autor, enfrentarse a la promesa que vuelve como un boomerang para golpearle. Por eso el título que ha elegido para su nuevo libro, Mal que bien, resulta tan oportuno. Parece como si el autor nos dijera: «ya ves, es complicado ser poeta y sacar algún tiempo para escribir poesía, pero aquí me tienes con un nuevo libro».
No es de extrañar entonces que la primera sección de las siete en que se divide el libro esté dedicado al tiempo. Aquí el poeta se toma su particular venganza, y ya que su vida está llena de contratiempos que le impiden dedicarse enteramente a la poesía, decide poetizar esos mismos contratiempos. Sabe que no puede mirar el tiempo desde fuera como algunos poetas que han escrito sobre él, así que con la ocasión de estar inmerso en su vorágine decide describirlo desde dentro. Esto queda plasmado en su poema Ralentí. Aprovecha la misma fuerza con la que es derrotado diariamente para conseguir un triunfo final. Hay además en su forma de tratarlo una delicadeza especial con la que consigue que el tiempo sirva de fondo y no de relieve. Algunos poetas se sirven, para escribir sobre el tiempo, de palabras sugestivas, de metáforas para acentuar su paso, de imágenes asociativas, y de un estilo solemne que parece estar impuesto por el mismo tema que se trata. Se han escrito grandes poemas utilizando estos recursos, pero los hicieron poetas tan grandes como Góngora o Quevedo, y eso sólo demuestra que los grandes genios pueden hacer grandes obras con un material reducido. Sin embargo lo más común es que esos recursos den como resultado un poema frío. Así, cuando se abusa de ellos o cuando se utilizan de manera inadecuada, provocan el mismo hastío que esas personas que al hablarnos están constantemente tirándonos del brazo y dándonos golpecitos en el pecho para mantener nuestra atención. Parece que quisieran escribir entre paréntesis antes de cada nueva alusión: «Atento ahora y no te despistes, aquí viene lo bueno»; e inmediatamente después: «¿Has captado eso? No olvides que hablo del tiempo». El tiempo en ellos parece un objeto de museo, y nosotros estamos parados a distancia del poema como ante esos cordones que nos separan del cuadro que admiramos. Enrique García-Máiquez ha sabido no poner demasiado énfasis en el tiempo para que podamos sentirlo pasar naturalmente y para que los árboles no nos impidan ver el bosque. Ha dejado, como nos advierte en su poema de introducción, que los espacios en blanco cumplan su función, que las palabras tan sólo enmarquen el silencio, y que lo que calla envuelva cada palabra con su halo particular. Ha conseguido que el tiempo entre en su libro, vuele restregando las alas por sus páginas, envuelva lo cotidiano y lo trágico, y salga cerrándolo tras de sí.
En Hasta pronto el poeta nos habla de la muerte y de la resurrección. Sucede aquí lo que acabamos de decir sobre su modo de tratar el tiempo: no insiste para que no nos olvidemos. Huye de ese conceptismo que más que regalarnos palabras quiere rodearnos con ellas, que nos rindamos cansados de las emboscadas, y que acabemos por admitir por cansancio que hemos sentido lo que quiere. Por el contrario, el poeta gaditano nos deja espacio entre versos, da un trazo de solemnidad o de emoción y se retira para que podamos percibir otros más adelante. No habla de la muerte como de algo abstracto ni pretende describirla generalmente, pero su idea resulta más absoluta al reducirse a casos concretos. El hijo, el nieto, el sobrino, se despide con la locución que da título a esta segunda sección. El libro sigue con Cuerpos gloriosos, donde comienza hablándonos de la poesía y su incompatibilidad con la vida moderna, de los sacrificios que hay que hacer para escribir, y de cómo en ocasiones hay que sacrificar los mismos momentos poéticos para escribir poesía. Pero al fin, si el tiempo le roba poemas, los poemas le regalan tiempo. Así parece reflejarlo el poema Utilidad de la poesía, donde parece confesar a todos aquellos que le rodean por qué escribe, por qué a pesar de las dificultades continúa, como si les revelara por fin el secreto: la poesía no me quita tiempo, sino que me lo da.
Monogamia, la cuarta sección del libro, parece casi una provocación en estos tiempos. Gran admirador de Chesterton, el poeta ha aprendido del escritor inglés que la monogamia es una gran aventura. Si los hedonistas huyen de ella no es porque sea aburrida, sino porque es una aventura demasiado exigente. No tienen la suficiente fuerza para enfrentarse a sus desafíos, a sus derrotas, a sus fracasos, y por eso nunca podrán alcanzar el éxtasis provocado por una mano posándose sobre la frente enfebrecida. El poeta nos cuenta esa aventura desde dentro. Se imagina por un momento fuera de esa realidad sólo para poder volver a sorprenderse de ella. Canta al amor curtido en días laborales, y nos cuenta las ventajas de que su mujer se interese poco por su ocupación, desmitificándola, mirándolo como una mujer miraría al marido que se encierra en su habitación para pintar soldaditos.
Cuando alguien se refiere a la apologética, se la suele relacionar con un estilo mordaz y directo, aguerrido y en ocasiones escolástico, que devuelve golpe por golpe y responde a las objeciones. Existen grandes obras escritas en este estilo. Pero hay también una apologética que es tan sólo un canto, que habla como de pasada de los misterios más complicados, y que utiliza los elementos más cotidianos no para hablar de ellos, sino para señalar sus manifestaciones. Enrique García-Máiquez utiliza esta segunda forma más sutil en todo su libro, y en especial en Su rostro en mi espalda, la quinta sección del libro. Tiene tan interiorizados los dogmas católicos, que no necesita explicarlos o defenderlos, o que más bien los defiende hablando de ellos con naturalidad. La Eucaristía o la Trinidad pasan por sus páginas con una familiaridad propia sólo del hombre que guarda esos misterios en un lugar muy hondo de su alma. En el último poema nos habla de la gran diferencia que supone que el muerto que más tenemos presente, y que a menudo cuelga de nuestro cuello, sea un resucitado. Es un poema corto, pero que vertebra o sirve como eje a toda la sección e incluso a todo el libro. Sin él o sin tener presente su idea no podríamos entender por qué el poeta no desespera, por qué habla de la muerte de sus seres queridos con esa intimidad impropia de la ausencia, y por qué quiere que su propia tumba sirva para seguir dando las gracias. Pero después de tocar un tema tan trascendental y antes de que sintamos el vértigo de las alturas, sigue con la segunda entrega de las aventuras que había comenzado a contarnos en Monogamia. Sus hijos llenan las páginas que conforman Al alimón, donde corretean de un lugar a otro y nos regalan escenas familiares conmovedoras. El poeta escribe una pequeña epopeya del hogar. ¿No es una heroicidad leer un libro de poemas cuando dos torbellinos te revuelven el pelo, te estiran de la manga, ponen a prueba la resistencia de tus tímpanos y esperan de ti que resuelvas su nuevo litigio entre acusaciones cruzadas? ¿No es una aventura dormir a tu hija, cuando te exige compartir su agotamiento? Nadie dijo que conquistar la ternura fuera una tarea sencilla.
La última parte del libro, En realidad, es el lugar donde el poeta se permite una especie de recreo para jugar libremente con lo que tiene a su alrededor. La variedad de temas se refleja también en la variedad métrica. El poeta parece reivindicar su victoria demostrándonos que todavía tiene tiempo para contemplar la luna, el rosal, sentir el sol sobre su piel, observar los efectos de la lluvia y buscarle semejanzas al almendro. Y cuando creíamos acabar el libro entre sus juegos, aparece por último para agradecer a su padre por todo en el poema Bendición.
Lo único que puedo decir acerca del aspecto técnico del libro, y en concreto de su métrica, es que no me he topado con ella. La métrica debe aparecer cuando se la busca expresamente y desaparecer cuando no. Creo que no puede haber mayor elogio y recompensa al esfuerzo de un poeta por cuidar la métrica que decirle que no se ha impuesto a nuestros ojos, y ello por la misma razón por la que un arquitecto se alegra de que nadie se fije en los fundamentos y armazón del edificio que diseñó. Tanto en el caso de la métrica como en el de los fundamentos de un edificio, cuando se ven sin buscarlos es porque la obra que se apoya en ellos está en ruinas. En ocasiones nos fijamos en la métrica de un poema porque la última palabra del verso es demasiado abrupta, de modo que las que la preceden parecen chocarse contra ella por el inesperado final; entonces la métrica sale a nuestro encuentro en vez de tener que ir a buscarla nosotros, y esa es una de las mayores pruebas de su fracaso. Pero en el caso de Mal que bien el estilo es tan fluido, tan naturales sus encajes, que uno acaba por olvidarse de cualquier medida y estructura para dedicarse a leer sus palabras y no a contar sus sílabas.
Mal que bien es un canto a la familia, la tradición, la religión católica y el amor, todo ello tratado con nobleza y sencillez. Sólo podemos agradecer al autor que haya sacado tiempo material, como se dice coloquialmente, para escribir un nuevo libro, dedicándose a una ocupación tan inapropiada para ello como la escritura profesional.

viernes, 15 de noviembre de 2019

UNA PREGUNTA INDISCRETA


Hace unos días me encontré sin saber cómo hablando con un hombre de un país lejano que pasaba los últimos días de sus vacaciones en Mallorca. Por esos giros espontáneos de la conversación, la misma derivó hacia la política de su país. Comenzó a hablarme de la excelencia de una ley en concreto, una ley que se había creado hacía sólo unos pocos años, y que tenía como objetivo reducir considerablemente la lacra de los robos y la delincuencia en general. Hablaba de ella como de la ley definitiva. Me comentó que la ley gozaba de una reputación extraordinaria, que era prácticamente incuestionable, que todo intento de crítica hacia ella era automáticamente rechazada y que los medios de comunicación criminalizaban a toda persona pública que se atreviera a ponerla en duda. Además, me dijo que había mucha gente que vivía exclusivamente de ella trabajando en los muchos organismos y asociaciones que se habían creado a sus instancias, y que eso costaba al país 220 millones de euros.

 Me quedé asombrado de que existiera una ley tan eficaz y que creaba tanto consenso, y ya estaba pensando en los trámites para mudarme a su país.

- ¿Y cuánto han bajado -le pregunté- los robos y la delincuencia?

- Nada.

- ¿Cómo que nada?

- Cuando nos va bien se mantiene en los mismos niveles que había hasta la llegada de la ley, pero lo normal es que suban cada año.

- Creo que no nos estamos entendiendo -le dije-. ¿No decías que esa ley tenía una reputación incuestionable? Pero si no han bajado...

- ¿Qué tendrá que ver?

- Yo creía en mi ingenuidad que la reputación de una ley era proporcional a su competencia para detener los abusos contra los que fue creada.

- Eso es jerga escolástica. Esa ley debe mantenerse a toda costa porque cada vez hay más delincuencia.

- Estamos de acuerdo en que cada vez hay más delincuencia, pero se te escapa un punto crucial, y es que crece a pesar de esa ley que debería frenarla. Luego esa ley es inútil. Además, si cuesta 220 millones de euros y no bajan los robos, quien roba es precisamente la ley.

- Ahora veo lo que pasa -me dijo enfurecido-. ¡Tú eres un fascista! ¡Tú estás a favor de la delincuencia, a favor de los robos; seguramente tú mismo eres un ladrón! ¿Es posible que critiques esa ley? Las personas como tú me dan asco. ¡Ojalá te roben a ti y a tu familia!

 Y después de decir esto a gritos y antes de que yo pudiera responder, ya había desaparecido.

El lector me perdonará esta escena ficticia, pero creo que era necesaria para poder darle una idea del absurdo al que debemos  enfrentarnos quienes nos oponemos hoy día a las leyes de ideología de género. Además, me conviene acostumbrarme a los apólogos, una forma literaria muy útil en tiempos de censura.







martes, 3 de septiembre de 2019



¿QUÉ PUEDO DECIR?


 Recuerdo aquellos días,
 cuando ni la luz ni yo sabíamos pintar
 sin salirnos del contorno.
 Mi abuelo cortaba el pan contra su pecho.
 Mi abuela untaba ajos
 en el pan caliente
 hasta hacerlos desaparecer bajo sus dedos.
 Alrededor de la mesa los mayores hablaban
 de lo volando que pasa el tiempo,
 y los más pequeños creíamos
 que exageraban
 para darse importancia y asustarnos.
 Cuánto he llorado desde entonces.
 Cuántos pésames, desengaños y
 soledades.
 Pero ahora debo parecer fuerte
 y quitarle importancia.
 Mis nietos me miran asomando sus ojos
 a ras de la mesa,
 creo que han notado en mi mirada
 el llanto contenido.
 No debo asustarlos con el tiempo y sus tristezas.
 ¿Qué puedo decir para disimular?
 «Pues sí, el tiempo pasa volando».






sábado, 6 de abril de 2019

DERECHO AL VERDUGO

Sólo unos meses después de que la OCDE advirtiera a España del problema en que se vería en un futuro próximo para hacer frente a las pensiones, y de que en las calles se hablara del fin de la jubilación para generaciones enteras, el debate de la eutanasia vuelve a nuestro país. El lector tiene libertad para creer en las coincidencias si quiere; por mi parte, confieso que la falta de sutileza de la política contemporánea me asombra y me aterra por igual. Lo que en épocas pasadas debía esperarse décadas para imponerse, a fin de ocultar las causas reales que lo motivaban, hoy puede proponerse tan solo unos meses después de su leitmotiv, en la seguridad de que la mayoria del pueblo no tendrá capacidad de asociación. Vuelvo a repetir: tan sólo hace unos meses que el futuro de las pensiones se puso en duda, llevamos años alargando la edad de jubilación, y cuando nos dicen que tenemos todo el derecho del mundo a morirnos de una maldita vez, la propuesta se acoge con vitores y gritos de libertad. No puedo hablar por los demás, pero yo particularmente añoro los tiempos en que "muérete" era una maldición y no una parte en la enumeración de mis derechos.
  Como todos los males radicales que se introducen en la sociedad por la propia mano del hombre, la eutanasia comienza a reivindicarse como excepción. Pero desconoce por completo la naturaleza humana, y aun la historia más reciente, quien no sabe que en materia de moral la excepción es siempre la regla en potencia. Por una ilusión de progreso las generaciones necesitan añadir una consecuencia más al mal introducido como excepción o convertido ya en norma e incluso ley; como ya no pueden sentir la emoción que provocó aquel cambio, necesitan cooperar en su desarrollo para sentirlo y participar así del honor de haber añadido algo al montón. Todo es transición para una sociedad que ha perdido sus principios, y una vez que da un paso en una dirección, parece que una fuerza irresistible le impide parar hasta experimentar el vértigo frente al abismo o caer en él.
  Los defensores actuales de la eutanasia, que la defienden sólo para casos muy concretos y excepcionales, serían el día de mañana sus más acérrimos detractores si vivieran lo suficiente para contemplarla en su estado de desarrollo. Muchos de ellos vivirán para abominar sus consecuencias. No profetizo; miro atrás para predecirlo. Llamo como testigos a los primeros defensores del aborto, y les pregunto qué les parece que una mujer pueda hoy abortar por disgustarle el sexo de su futuro hijo, o porque su nacimiento coincide con algún compromiso, o por cualquier otro ridículo motivo. Al fin y al cabo, ya no es necesario alegar ningún motivo para hundir en la inexistencia la vida que comienza a despuntar; y aquel período de gestación después de cuyo límite les parecía indefendible lo que defendían hasta él, ha venido a parar en la supresión de todo límite. Nueva York ha dejado en evidencia los viejos argumentos para autorizar la muerte; las antiguas disputas sobre el mes de gestación en que la vida estaba realmente formada ahora son pretextos envejecidos una vez el mal ha llegado a su remate y ha consolidado lo que desde el principio estuvo latente sin que sus primeros defensores lo supieran. Pero muchos de ellos ya no viven para ver cómo se impide la vida hoy, y a qué extremos monstruosos ha llegado lo que concibieron como una excepción. Y esta es la misma suerte, si es que puede llamarse así, que correrán los defensores actuales de la eutanasia. Esta suerte consistirá en no vivir lo suficiente como para arrepentirse.
  Enumerar los demás casos análogos en que se demuestra esta ley humana sería demasiado prólijo; una vez se entiende que las generaciones contribuyen en la implantación de una injusticia radical por medio de varios grados que aisladamente entienden como justos, los ejemplos nunca nos faltarán. Cualquiera es libre de estudiar la historia del divorcio en la era cristiana, y comprender que el mismo Lutero se escandalizaría al ver dónde ha acabado su concesión para casos muy graves. Cualquiera puede ver como de tomar sucesivamente como inocente un grado más de explicitud sexual, se ha llegado a tolerar la pornografía más aberrante, culminando en una industria cuyo poder provoca que nadie la discuta aun cuando los expertos la señalan como causa del incremento de violaciones y agresiones sexuales.
 El Estado que tiene las riendas del nacimiento y de la muerte, y que consigue además que el pueblo crea que es una conquista personal, que ha cedido a sus exigencias de libertad más bien que las ha utilizado, ese Estado ha llegado a la excelencia del despotismo. La eutanasia es sólo un paso más para alcanzar el control total. Cuando no haya presupuesto suficiente para mantener las pensiones de una generación, bastará con invertir la misma suma que se destinaba a erradicar algunas enfermedades en la producción de otras nuevas. Habrá poco interés en mitigar el dolor de los enfermos cuando ese mismo dolor sea rentable para el Estado. Serán por supuesto los pobres quienes más la soliciten, pues al fin y al cabo la eutanasia será un remedio para el sufrimiento de los pobres, y la morfina lo será para el sufrimiento de los ricos. Pero todas estas cosas les parecen lejanas e irreales a los defensores actuales de la eutanasia. Se hallan ahora en la fase en que el mal es presentado de manera sentimental, en que el cine, la literatura y la televisión les ofrecen el lado romántico del suicidio, como les presenta justificados por un contexto conmovedor y tierno la infidelidad, el robo o el aborto. El mal no es tan ingenuo como para presentar su proyecto definitivo desde un principio, sino que se gana la confianza de los hombres primero por medio de una versión reducida de sí mismo, se disfraza y se hace el simpático para parecer inofensivo, vegeta si es necesario durante años, y con el tiempo su importancia se relativiza y acaba por convertirse en hábito. Entonces la nueva generación lo encuentra así, inocente e incapaz de dañar a nadie, y el mal aprovecha para dar un nuevo paso y acrecentarse. La eutanasia llegará a legalizarse, porque nuestra sociedad está ávida de destrucción y se aburre de sus perversiones rápidamente. Sus primeros defensores no estarán para ver las postrimerías de su desvarío, y todo el uso perverso que se derivará de ella tendrá como testigos a hombres que hayan nacido en fases de su desarrollo muy alejadas de la actual. Se habrá llegado insensiblemente hasta allí, y no habrá nadie, salvo una institución que no cambia nunca, para combatir los efectos del mal. La muerte será decisión del Estado y podrá manejarla a su antojo, pues podrá controlar también el dolor, y cuando ese día llegue, quienes se opongan a la eutanasia serán llamados reaccionarios, y la inmensa mayoría alabará el progreso, la libertad y la democracia que tienen la compasión y la tolerancia de matarles.